sábado, 28 de enero de 2012

La joya.





La joya.


La invitó a seguirlo. Ella aceptó porque sintió que tener familia era un paso que era tiempo de dar. No fuera a ser cosa que se le pasara el instante vagabundeando sin echar raíces. Él le regaló una joya para que usara en su muñeca. Ella la recibió con alegría. Eran perlas extraordinariamente blancas. Le hizo ilusión tener algo tan bello y de tanto valor en sus manos.
Con el paso de los años las perlas dejaron de ser tan inmaculadas y pedieron el color. Se volvieron de un color miel que a ella le decepcionaba ver. La guardó en algún cajón. Cierto día se encontró con ella y decidió botarla. Las miró con ternura por lo que significaban. Por la alegría con la que un día las recibió, y vio con sorpresa que, en el contorno de la unión de cada una con la otra tenían diamantes que brillaban de forma portentosa. Ella nunca los había visto. También reparó en que, el color de las perlas, era del tono de los ojos del hombre que se las había regalado. Del matiz de los ojos del hombre que la había invitado a caminar a su lado. Ella quiso ponerlas de nuevo en su muñeca pero con tristeza vio que la hermosa joya ya no le quedaba.

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